La sabiduría te hace crecer y te mantiene despierto a lo que de verdad sucede en tu entorno. No creas todo lo que se dice, investiga y saca tus conclusiones a lo que esta pasando, la evolución es individual. ¡Se tu mismo el cambio que estabas esperando! “Mejor es adquirir sabiduría que oro preciado; Y adquirir inteligencia vale más que la plata.”Proverbios 16:16
jueves, 31 de marzo de 2011
¿Intraterrestres aquí y ahora?
Las experiencias del esoterista Alan Greenfield – cuyos escritos buscan el vínculo entre el fenómeno ovni el ocultismo – difícilmente se comparan con las legendarias peripecias del Alan Quartermain de H.Rider Haggard, pero representan un buen punto de partida para nuestro trabajo. En su obra Secret Cipher of the Ufonauts (Atlanta: Illuminet Press, 1993), Greenfield aborda el tema de las cavernas en una entrevista con un tal “Terry R. Wriste” (seudónimo fonético y jocoso, que significa “desgárrate las muñecas”), presentado com “escritor de temas relacionados con la guerrilla urbana de los ’60”. En el transcurso de la charla entre estos personajes, el tema del siempre controvertido Richard Shaver – defensor de la existencia de los seres intraterrestres conocidos como “deros” o “robots detrimentales” que aquejan a la humanidad y controlan su forma de pensar – sale a relucir, y el guerrillero urbano hace el siguiente comentario a Greenfield: “Sería allá por 1961 o ’62. Ray Palmer [antiguo director de la revista FATE] estaba reeditando muchos materiales [escritos por] Shaver en 1940 sobre el mundo subterráneo, que según Shaver, estaba ocupado por una civilización antediluviana que se había trasladado a las entrañas de la tierra, aunque Palmer y sus seguidores apostaban por una realidad mas esotérica, como la cuarta dimensión o algo así...pues bien, Dick Shaver tuvo problemas con la ley, abandonó Wisconsin y fue a esconderse. Curiosamente, fue durante este momento que obtuve su dirección y me relacioné con un grupito de guerrilleros a ultranza que habían decidido – sin mediar un solo concepto metafísico – internarse en las cavernas para matar a los bastardos que controlaban nuestras mentes. Dick le había dado instrucciones a varios grupos anteriores, y algunos de ellos habían ido. La mayoría no regresó, pero algunos lo hicieron, entre ellos un veterano de la Segunda Guerra Mundial, que se descubrieron una caverna cerca de Dulce, Nuevo México...” Para los lectores que no estén familiarizados con la obra de Richard Shaver, el mundo subterráneo de los “deros” se conecta al nuestro a través de una serie de cavernas y pozos, muchas veces debajo de nuestras propias urbes. Aunque la mayor parte de este “mito” ha sido rechazado como ciencia-ficción de pésima calidad, seguiremos con la relación del Sr. Wrist. “Esto habría sido en 1948, y este tío y su equipo se internaron a través de una puerta y hacia abajo, a lo largo de lo que parecía ser un tiro de elevador sumamente antiguo hasta parar en una urbe intraterrena, donde localizaron a los “deros” y – según me contó – destruyeron algunas máquinas...no le creí, pero el mismo Shaver nos había dado algunas ubicaciones aquí mismo en el sur de los EE.UU. que según él, eran las cavernas que conectaban al mundo interior...el norte de Georgia en donde se encuentra el bosque estatal de Chatahoochee, el sur de Carolina del Norte y el condado de White en Georgia.” En este momento del alucinante intercambio, el escritor le pregunta a su misterioso entrevistado. “Así que tú y tu grupo de paramilitares buscaron la entrada al mundo intraterreno. ¿Y qué pasó entonces?” “Se abrió una puerta y entramos. Íbamos mucho mejor armados que el grupo en la década de los ’40. Eramos un grupo variopinto – veteranos recientes de la guerra de Vietnam, fugitivos de las brigadas armadas de resistencia contra la guerra de Vietnam, y un fulano que había luchado con los Panteras Negras. Éramos diez en total... descendimos y hacía mucho frío. Pensé que Shaver efectivamente había estado en este sitio, y que se trataba de una antigua concesión minera, hasta que pude escuchar el zumbido. Para entonces ya estábamos en una especia de caverna, una oquedad excavada artificialmente e iluminada con un resplandor verde y difuso que no provenía d ninguna fuente identificable. De todos modos, la zona parecía más una de las bases alienígenas que se mencionan en la actualidad y no una de las ciudades de Shaver. Nos enfrentamos con unos seres diminutos y de color gris – humanoides a grandes rasgos – y uno de los nuestros exclamó “¡dero!” y abrió fuego. Tenía un subfusil M-1, si mal no recuerdo. Un solo disparo, pero la pequeña criatura gris se iluminó repentinamente de color azul y desapareció. Escuchamos un sonido y sentí que mi propia arma – un M-16 – se volvía intolerablemente caliente. La dejé caer al suelo y me di la vuelta para salir corriendo. En ese momento vi dos criaturitas que me amenazaban con una red. Parece que la sugestión mental que me hizo soltar el subfusil no aplicaba a la vieja pistola Luger que llevaba en mi cinturón, y una de las criaturillas recibió la sorpresa más desagradable de su vida. Explotó, mientras que la otra criatura soltó la red y salió corriendo, corriendo pendiente arriba. La perseguí, escuchando el zumbido y el ruido de ráfagas de balas y explosiones detrás de mí. Pero cuando salimos a la luz, el diminuto ser desapareció... de nuestro grupo, tres regresan a la superficie. Uno moriría de leucemia al año de haber tenido la experiencia.” Cueva de Laxcaux (Francia). A estas alturas, el dialogo entre el controvertido Greenfield y el Sr. Wriste pasa de las aventuras intraterrenas a los códigos utilizados por Aleister Crowley para comunicarse con los “jefes secretos”, dejando a lector más perplejo que nunca en cuanto a la realidad o irrealidad de los hechos. Pero las experiencias que han tenido otros con estos sitios subterráneos no pueden pasarse por alto. Ron Calais, veterano investigador de lo forteano, señala la odisea vivida por los mineros David Fellin y Henry Throne, supervivientes del colapso de una mina de carbón en el estado de Pennsylvania en 1963. Tras su rescate, ambos mineros afirmaron haber visto una enorme puerta abrirse en una de las galerías de la mina, revelando la presencia de unas escalinatas de mármol bañadas de luz azul, y seres vestidos en “atuendos extravagantes” que los miraban fijamente. Fellin y Throne juraron que su experiencia no había sido una alucinación producida por la presencia de gases venenosos o por la falta de oxígeno. Y casi una certeza que ambos supervivientes no tenían conocimiento alguno de las experiencias de Alfred Scadding, el único que sobrevivió al trágico desastre de la mina Moose River en 1936. Después del desplome, Scadding y algunos compañeros de trabajo que aguardaban el rescate juraron haber escuchado el sonido de carcajadas y gran regocijo proveniente de una de las galerías. Pensaron que tal vez estaban escuchando juegos infantiles en la superficie, cuyos sonidos se filtraban a través de algún respiradero. “No había ningún desfogue, pero lo escuchamos claramente. Risas y alboroto, como de gente que se divertía. El sonido duró veinticuatro horas.” (Steiger, Brad. Atlantis Rising. NY: Signet, 1975). Más sorprendente aún es el testimonio de Glenn Berger, inspector de minas para el estado de Pennsylvania, quien informó a las autoridades estatales que el derrumbe de la mina carbonera de Dixonville en 1944 no había sido un accidente, sino “un ataque por seres capaces de manipular la tierra y cuyos lares habían penetrado los mineros”. Como si de un cuento de H.P. Lovecraft se tratara, el inspector Berger apuntó que los mineros no murieron aplastados, sino a consecuencia de heridas producidas por grandes garras. Uno de los sobrevivientes dijo haber visto una criatura “inmunda” que causó el derrumbe. El informe del inspector fue mencionado por primera vez en una nota de prensa por Stoney Brakefield en el periódico Extra en julio de 1974. El mismo año en que se produjo el desastre de Moose River, Jack McKenna, autor del libro Black Range Tales (Rio Grande Press, 1969) tendría su propia experiencia con los enigmas que circulan en el mundo bajo nuestros pies. Según el autor, había tenido la oportunidad de ver la manera en que dos doncellas amerindias parecían caminar directamente hacia la pared de un desfiladero, sólo para salir con cubetas de agua para darle a sus burros. Intrigado, McKenna y su amigo, Cousin Jack, se acercaron para descubrir una grieta que abría paso a una cueva oculta que contenía un manantial. Al día siguiente, los dos amigos se propusieron explorar la cueva, pensando tal vez hallar oro o minerales dejados atrás por bandidos. No habían avanzado mucho en su exploración cuando se toparon con huesos humanos, escuchando una voz que suplicaba clemencia. El lector se podrá imaginar la velocidad con que abandonaron el lugar. Derinkuyu (Turquia).
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