Tal vez haya escuchado usted la historia de la Auténtica Iglesia Ortodoxa Rusa, que es como se llamaba la secta a la que pertenecen varias decenas de personas que llevaban bastante tiempo encerrados bajo tierra a la espera de que llegara el Apocalipsis. Esta semana se vieron obligados a salir de la gruta donde se habían atrincherado provistos de agua, víveres y combustible, porque dos de sus miembros habían fallecido semanas atrás y la corrupción de sus cuerpos amenazaba con matarlos a todos envenenados. Como todas las historias de fanáticos, ésta es incomprensible: no sólo se habían encerrado seis meses antes -¿para qué tanto tiempo? ¿no hubiera sido preferible disfrutar del aire libre hasta, digamos, una semana antes? ¿o un par de días antes?- sino que habían anunciado que volverían a la superficie el 27 de abril, cuando se celebró la Pascua Ortodoxa Rusa -¿acaso era ésa la fecha concreta en la que esperaban el Fin del Mundo?- pero luego lo retrasaron hasta mediados de junio, para la fiesta de la Trinidad -¿por qué se retrasó el Apocalipsis?-, y por último acabaron regresando con "los vivos" hace un par de días.
Esta obsesión con el Fin del Mundo no es nueva, pero ya resulta aburrida, de tan repetida. Y no sólo por los fanáticos de algunas iglesias cristianas, empeñadas en que llegue la Parusía y que Jesucristo se aparezca montado en su caballo blanco para separar a los buenos de los malos e impartir Justicia. Hay algunas que han pronosticado sucesivos años como el momento decisivo presuntamente elegido por Dios para resolver de una vez por todas las andanzas de esta criatura suya tan particular que es el ser humano. Pero ya digo que no son sólo ellos. Recuerdo por ejemplo los años previos a 1983 cuando se hizo muy popular en todo el mundo el best seller de un tipo profundamente alarmista que citaba para ese año un gran cataclismo que pondría punto y final a nuestro mundo. En lo particular, he de admitir que justo en ese año para mí acabaron muchas cosas..., y empezaron otras, pues me sucedieron algunos acontecimientos decisivos, pero nada que ver con el Apocalipsis, por supuesto, sino más bien al contrario: fue una renovación vital en toda regla.
El penúltimo año "maldito" que vivimos fue el 2000, cuando todo el mundo se empeñó en subrayar que empezaba el siglo XXI, siendo así que era mentira pues aquél fue en realidad el último año del siglo XX. Se pronosticaron grandes barbaridades para el 1 de enero de 2000, empezando por el colapso informático mundial que, como es lógico, nunca llegó (pero qué gran negocio hicieron los vendedores de ordenadores y otros artilugios de este estilo). Los mismos ignorantes que azuzaban la inquietud de la gente se empeñaban en comparar el miedo al año 2000 con el supuesto miedo al año 1000 que se supone hubo en aquellos lejanos tiempos, cuando lo cierto es que no existió. Los campesinos, curas, nobles..., que vivían en torno al año 1000 jamás tuvieron miedo a la llegada del año redondo entre otras cosas porque la inmensa mayoría de ellos ni siquiera sabían en que año vivían, ni les interesaba en lo más mínimo. Las gentes de entonces subrayaban su calendario de acuerdo con los ciclos naturales y el monarca que tuvieran. No pensaban: "estoy en el año 978 d.C." como nosotros, obsesionados con medir todo científicamente y al milímetro, sino: "estoy en el año 12 del reinado de mi señor Gunderico" por ejemplo.
El último año temible que tenemos en lontananza -hasta que pase y haya que buscar el siguiente- es el 2012. Se supone que justo en esa fecha coinciden no sé cuántas tradiciones mundiales y cierres de ciclo mágicos, astronómicos, astrológicos, esotéricos, místicos y supercalifragilísticoexpialidosos, empezando por unas presuntas profecías mayas que traen de cabeza a los aficionados al morbo y las películas de gran presupuesto. Resulta curioso que hayamos sido incapaces de traducir e interpretar los sobrecogedores y coloridos jeroglíficos de los Códices Mayas (los pocos que han logrado sobrevivir hasta nuestros días) en los que se acumulaban sus conocimientos y sin embargo nos permitamos el lujo de "saber" con toda exactitud lo que se suponía que ellos pensaban y auguraban para el futuro.
Supongamos que sí, que es el 2012. ¿Y...? ¿Qué piensa usted hacer? ¿Llenar una mochila con unos bocadillos y cogerse una cantimplora y la escopeta de aire comprimido antes de echarse al monte? ¿Cuánto tiempo sobreviviría usted por allí? Aunque fuera especialista en supervivencia, ¿merecería la pena sobrevivir a un holocausto nuclear general o a una Tierra abrasada por un supuesto planeta errante? Imagínese a los miembros de la secta rusa: destruido el mundo, salen a la superficie ¿y para qué? ¿Qué podrían hacer en medio de la nada, estéril y derruida?
En los años en los que todo el mundo temía un enfrentamiento nuclear entre EE.UU. y la URSS en plena guerra fría, una persona de mi entorno próximo solía comentar: "el día que lancen el primer misil me serviré un whisky y me sentaré tranquilamente a esperarlo en mi sofá favorito..., ¿para qué preocuparse si no podremos hacer nada?"
Muchos de los fanáticos que esperan/desean la llegada del Fin del Mundo son perezosos mentales y sobre todo espirituales. Gente que no está dispuesta a trabajar para salvarse a sí misma, para comprender el mundo ni para mejorarlo, ni por supuesto para ayudar a los demás; sino más bien todo lo contrario: se creen tan importantes, tan imprescindibles dentro del orden natural, que están deseando que llegue un Mesías de los Cielos para reconocer su labor, alabarles ante todo el planeta y salvarles transportándoles a un Paraíso de algodón que sólo existe en la imaginación de los niños más pequeños (lo que en el fondo son ellos durante toda su vida).
Apocalipsis no significa Fin del Mundo. Apocalipsis significa Revelación. Atención a ésta, que me fue confiada por un verdadero Maestro: el Cielo hay que conquistarlo en vida.
Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/herrkoch.php/2008/05/17/p166099#more166099
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