Una de las ventajas de tener un blog con lectores activos como éste es el tránsito de información en todos los sentidos.
Son muchos los amables conspiranoicos que han publicado direcciones de Internet sumamente interesantes en sus comentarios o que me las han enviado al correo para poder comentarlas sotto voce. Me gustaría ir más rápido para contestar a todo el mundo pero no sé a quién se le ocurrió que el día tuviera sólo 24 horas. Una de las sorpresas de las últimas semanas fue un libro que me descubrió recientemente un lector, preguntándome si acaso lo había escrito yo. El libro se titula Las sociedades secretas y su poder en el siglo XX, está firmado por Jan Van Helsig (un seudónimo muy adecuado para cazar vampiros y otros monstruos de la noche -aunque le falta una n- según reconoce su propio autor, que también dice ser un joven de 26 años -o lo era en el año de 1998 cuando dice haberlo escrito-), y hasta hace un rato, al menos, continuaba accesible en la Red.
Ha sido toda una sorpresa porque, en efecto, se asemeja bastante a mi Illuminati, que apareció seis años más tarde. Y porque el autor, según se desprende de su lectura, parece descender igualmente de alemanes y españoles. Pero no, como le contesté ya en privado a este lector, ni yo soy Van Helsig ni el libro es mío, ni de hecho conocía su existencia hasta hace unos días. En todo caso, aunque algunas de las informaciones que facilita son erróneas y otras no me atrevería a suscribirlas porque están por confirmar, se trata de una obra en general recomendable y que ordena muchas de las piezas sueltas del gran rompecabezas que tratamos de armar usted y yo desde hace tiempo con tanta paciencia.
Pero lo más interesante de este libro son sus capítulos finales, que suscribo casi al completo. Se refieren a lo que una persona corriente puede hacer o dejar de hacer cuando ha tomado conciencia de la amenaza que suponen los Illuminati o cualquiera otra sociedad secreta de entre aquéllas que, digamos, trabajan no precisamente por el bien común. Frente a la tentación de la desesperación o de huir del mundanal ruido para establecerse en algún recóndito lugar del planeta lejos de todo y de todos (¿queda algún sitio así?) recomienda enfrentarse al riesgo en el único campo de batalla al que usted y yo tenemos acceso, que no es otro que nuestro propio interior.
¿Pero qué puedo hacer yo solo, por más que mire a mi interior, si soy un simple humano más, sin ningún tipo de superpoderes? es una de esas preguntas-trampa que nos tienden para que simplemente cerremos los ojos, aceptemos el plan dominante y nos unamos al coro de bueyes (toros castrados, recuerde) que tiran ciegos del carro. Sin embargo, Van Helsig tiene mucha razón cuando comenta que, hasta cierto punto, los Illuminati son necesarios para ponernos a prueba y cuando se pregunta lo mismo que hace mucho tiempo vengo yo también preguntándome y preguntándole a usted cuando se deja: si usted tuviera la oportunidad de ocupar la posición de uno de ellos, un Rockefeller, un Rotschild, un Weishaupt..., si usted pudiera vivir como un millonario, a todo tren, sin problemas, sin agobios, sin importar lo que ocurriera con el resto del mundo..., simplemente colaborando con el sistema sin necesidad de cometer ningún crimen, sólo colaborando... ¿Renunciaría a ello? No conteste ahora. Sólo piénselo.
Y respecto a su posible inanidad, ¿quién le ha dicho que usted no es importante? ¿Que un acto suyo en apariencia inútil no puede desencadenar una serie de consecuencias benéficas -o maléficas...- para toda la Humanidad? Solemos pensar en nosotros como árboles solitarios en medio de la estepa, aislados, sin posibilidad de influir sobre la marcha del mundo, cuando en realidad deberíamos vernos como una pieza de dominó de esos gigantescos puzzles japoneses. Una pieza que, al caer, empuja a otra, y a otra, y a otra, y a otra, y a..., hasta que tumba millones de otras piezas y da como resultado un cuadro muy diferente al que había cuando esas piezas estaban de pie. Alguien definió eso como el "efecto mariposa".
Van Helsig incluye en sus conclusiones una historia muy ilustrativa acerca de cierto experimento que realizaron unos científicos precisamente en Japón con un grupo de monos en cautividad en una pequeña isla. Les arrojaron unas patatas dulces a la arena para estudiar lo que hacían y los monos inmediatamente se las comieron, aunque les desagradaba encontrarse con arena entre los dientes. Uno más listo que los otros cogió una patata y la lavó en un arroyo y luego se la comió libre de arena. El resto de monos se percataron y acabaron imitándole. Al cabo de un tiempo, todos los monos cogían las patatas de la arena y las lavaban antes de comérselas. Noventa y nueve monos lo hicieron, pero llegó el mono número cien y revolucionó el sistema.
El mono número cien, "el Nikola Tesla de los monos" como él le bautiza en honor al extraordinario -y por ello silenciado- científico de origen servio, no lavó la patata en el arroyuelo sino que se acercó a la costa con ella y se atrevió a meterla en el agua marina pues había probado la sal y sabía que las patatas estaban mucho más sabrosas saladas. Lo extraordinario del experimento es que no sólo le imitaron los demás monos sino que a partir de entonces empezaron a hacerlo también los de una isla vecina ubicada a 90 kilómetros de distancia. Y el fenómeno se repitió, se fue expandiendo como si alguien hubiera tirado una piedra al agua, en un espacio geográfico cada vez mayor.
Esto demuestra un par de cosas. Primero: las casualidades que a veces encontramos en descubrimientos científicos, teorías políticas, obras literarias..., que son desarrolladas por personas distintas en distintos lugares del mundo sin contacto físico entre ellas (caso por ejemplo del libro de Van Helsig y el mío) no son tales. Segundo: porque cuando alguien descubre algo, ya sea el sabor de la patata salada o la existencia de una sociedad secreta determinada que está haciéndonos la vida imposible con sus maquinaciones, de alguna forma está abriendo algún tipo de puerta mental o en otros planos o no sé exactamente dónde que hace que otras personas en otros lugares del mundo lo descubran igualmente.
En consecuencia: ¿Qué puedo hacer yo solo...? no es la pregunta correcta. Usted solo probablemente no puede hacer nada. Ni yo solo. Ni mil millones de personas solas, cada una en su soledad. Pero, ¿y todos juntos? Si se suman mil millones de pequeños solos se consigue un enorme todos juntos, ¿no le parece? Como bien insiste Van Helsig, una gota no llena un vaso de agua pero es precisamente una gota exactamente igual a todas las demás, ni más ni menos importante, la que desborda un vaso lleno. Parece obvio que el mono número cien nunca pensó cuando se le ocurrió lavar la patata en agua de mar que él iba a desencadenar esa auténtica corriente de nuevo pensamiento y actuación.
Recuerdo que cuando empecé a publicar en español no había prácticamente nada escrito en este país acerca de los Illuminati y las conspiraciones eran un tema de risa, proscrito de las conversaciones "serias". Hoy hay numerosos títulos en las librerías (hay de todo, lógicamente, cosas interesantes y auténticas estupideces, pero ahí está usted para discernir) y el debate reaparece cada cierto tiempo en los medios de comunicación. Mucha gente común es ya consciente de que esas sociedades existen aunque todavía estén en una etapa primaria de no-me-hagas-pensar-en-eso-que-no-quiero-romperme-la-cabeza. ¿Y en la web? En los últimos meses he visto aparecer multitud de proyectos a cual más apasionante: el proyecto matriz, humilde humano, planeta esclavo, heliotropo de luz, trinity a tierra, juegos multidimensionales, conspirando contra el nuevo orden mundial..., y muchos más que se pueden encontrar a partir de éstos. Y el fenómeno, por fortuna, parece que no ha hecho más que empezar. Hace dos días me llegaba al correo el aviso de otro nuevo conspiranoico que ha empezado a publicar como el hombre puede.
Y yo brindo a los dioses y digo: Wunderbar!
Me alegro de esta explosión de libertad conspiranoica y usted no sabe hasta qué punto, pues cuanta más gente se implique en todo esto, cuantas más personas investiguen y piensen y sepan y en consecuencia actúen, más posibilidades tenemos, entre todos (porque solos jamás conseguiremos hacer nada) y cada uno (porque aunque el apoyo sea múltiple, cada uno debe seguir su propio camino, debe aprender y descubrir y asimilar por sí mismo: nadie digiere la comida de otro), de cambiar las cosas. Supongo que no hace falta decirlo, pero por si está usted despistado se lo advierto: en toda esta historia, yo no he comenzado absolutamente nada ni quiero apuntarme medalla alguna. Soy un simple eslabón de la cadena y uno de los motivos por los que más contento estoy de que esa cadena sea cada día más larga es porque no sé cuánto tiempo más voy a poder seguir formando parte de ella.
Van Helsig incluye en sus conclusiones un poema que dice sacado del Talmud, aunque no tengo muy claro que sea ése su origen, pero en todo caso es muy hermoso y práctico al mismo tiempo.
Dice:
Presta atención a tus pensamientos porque se convertirán en palabras.
Presta atención a tus palabras porque se convertirán en actos.
Presta atención a tus actos porque se convertirán en hábitos.
Presta atención a tus hábitos porque se convertirán en tu carácter.
Presta atención a tu carácter pues él es tu destino.
Y yo añado:
Ite missa est.
Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/herrkoch.php/2008/05/03/p163133
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